Los que me seguís desde hace tiempo, sabéis que el fútbol no se encuentra entre una de mis aficiones preferidas y que básicamente no le presto ninguna atención. Lo que no he dicho nunca, es que hubo una época de mi vida que consciente o insconcientemente me enteraba de toda la actualidad futbolística. Unos años en que la lucha por el mando a distancia era dura y sin cuartel en la que nunca coleccioné muchas victorias.

Sin embargo, con este mundial no he podido resistirme y me he tirado tres semanas pendientes de los resultados. Y el domingo, desde la típica pantalla gigante que se han instalado en la mayoría de las ciudades españolas, cuando el arbitró pitó el final del partido no pude evitar pensar si algunas personas desde algún lugar lejano y no terrenal lo estarían viendo; también, en todos los malos sabores de boca, la mala suerte y frustración acumulada en tantos años y en lo que hubieran disfrutado en un día como ése.
Sinceramente, no pude evitar mirar al cielo. Va por vosotros, viva España.
Sinceramente, no pude evitar mirar al cielo. Va por vosotros, viva España.